Detall intervenció

RE: La Tercera part de El Retrat de Romeu Llanç ja ha sortit

Intervenció de: deòmises | 10-11-2015

Luminescencia (o Historia típica)

Todo me pasa por hacer el burro, y lo sabe todo el mundo. Desde chiquillo que ya me regañaban mis padres y los maestros por lo mismo. He nacido travieso y prefiero pasar por corto de entendederas, que siempre se escuchan más cotilleos.

La curiosidad tampoco le hace ningún favor a mi talante un tanto juguetón. Y a raíz de querer curiosear es cuando me he metido en un buen follón. Tengo habilidades con el móvil, protegido por la carcasa de color azul viagra, como me gusta clasificar a este tono desde que la compré. Mejor que una de acromática e insípida... Con una rápida combinación de movimientos en la pantalla táctil, he conseguido clonar el terminal de mi novia siempre que he querido -sobre todo al notarla extraña y esquiva. Así le regiro los archivos recibidos y enviados, le leo conversaciones de whatsapp e incluso le "gestiono" el correo. Me satisface que no se dé cuenta del control y cada vez soy más asiduo a hace

Dejas el relato así, con la frase y la palabra a medias porque parece la historia típica de la pérdida de inspiración. Y lo escrito tampoco te satisface porque no tienes suficiente neurona para pensar un relato que dé un poco de miedo, y menos si haces imaginar una carcasa con ese color. Te levantas de la silla y no apagas el ordenador; saldrás a dar una vuelta y aprovecharás que ya es negra noche. Quizás así se te airee el cerebro y se pueda aprovechar alguna idea, si tienes la suerte que te aparezca alguna por impulso espontáneo. De tan espeso que te encuentras ni el café te despertaría de este letargo extraño de sentirte observado e inútil a la vez. Te vistes mientras piensas en la carcasa, que arrojarías contra el suelo o la tirarías por el balcón. Te ha interrumpido el hilo del exiguo argumento que habías hilvanado...

A veces, sólo te falta un elemento ajeno a la historia para no saberlo meter en ella y te bloqueas. Sales de casa con la niebla de esta obsesión y, mientras esperas el ascensor para ir hacia el parking, escuchas un ruido de pasos que te asusta. Antes de que el ascensor llegue al rellano y se abran las puertas, las sientes cercanas, mucho, demasiado. Y no eres de espantarte fácilmente pero pulsas varias veces el botón con nerviosismo e insistencia para que la orden de bajada se acelere. No te hace gracia encontrarte a un psicópata o, peor aún, a un espectro errante que no encuentra su descanso eterno. Ahora, que es el tiempo de las castañas y los boniatos, pero la gente se empeña en colocar tanto disfraz macabro y calabazas por todas partes, los difuntos deben ir de cabeza en el tanatorio y en el cementerio. Pero todo puede ser fruto de las horas pasadas con la nariz metida dentro de la pantalla del ordenador.

Por si acaso, tienes preparado el llavero del coche para pulsar el botón de la apertura centralizada y así la escapatoria será inmediata, de correr peligro real. Cuando te diriges hacia tu coche, sin encender luces para no ser localizable, las sospechas se esclarecen. Una figura hace acto de presencia en la otra punta del aparcamiento. La distancia es enorme para haberla recorrida en tan poco tiempo, de forma "normal". Y no tienes tiempo de terminar el razonamiento que, con una agilidad sobrehumana y con una rapidez inaudita, se acerca hasta donde te has parado, paralizado por el pánico. Sólo falta una música siniestra en medio de este panorama tan pavoroso y de argumento de película de terror, de aquellas que te tragabas cuando eras un crío y que ahora ya no te atraen.

Quieres correr pero no sabes hacia dónde. Sueltas el brazo y el puño choca contra una masa cartilaginosa, que cruje bajo los harapos que lleva. No hay quejas ni gemidos de dolor, sólo tu reacción de asco al sentir aquella textura en la mano, fría, viscosa... Te mueves hacia el coche, aprovechando que se ha doblado al extraer tu brazo de entre aquel espécimen. Medio brazo te ha quedado mugriento, pero no te atreves a mirarlo, ni te fijas si te sigue. El volumen que ves por el rabillo del ojo no hace ningún movimiento más. Tampoco quieres averiguar qué es ni qué rostro, si lo hay, se esconde bajo la capucha que le cubría el lugar donde habría una cabeza. Corres como un poseso hasta el coche. Pulsas el botón que libera las puertas del vehículo y te introduces en él sin pensártelo dos veces.

Enciendes el motor y pulsas el acelerador mientras se abre la puerta metálica del parking. En la fuga, arrollas aquel cuerpo descompuesto y te parece escuchar un crujido de huesos desagradable. Respiras al encontrarte en el exterior. El novilunio hace más oscura la noche, pero los faros iluminan el camino hacia la comisaría más cercana. El panel de control te anuncia, con una luminiscencia roja, que no te has puesto el cinturón pero no pensabas en la seguridad. También te fijas que uno de los tres indicadores luminosos que corresponden a los asientos de los pasajeros se acaba de apagar.


Respostes

  • RE: La Tercera part de El Retrat de Romeu Llanç ja ha sortit
    deòmises | 10/11/2015 a les 05:13
    Luminescencia (o Historia típica)

    Todo me pasa por hacer el burro, y lo sabe todo el mundo. Desde chiquillo que ya me regañaban mis padres y los maestros por lo mismo. He nacido travieso y prefiero pasar por corto de entendederas, que siempre se escuchan más cotilleos.

    La curiosidad tampoco le hace ningún favor a mi talante un tanto juguetón. Y a raíz de querer curiosear es cuando me he metido en un buen follón. Tengo habilidades con el móvil, protegido por la carcasa de color azul viagra, como me gusta clasificar a este tono desde que la compré. Mejor que una de acromática e insípida... Con una rápida combinación de movimientos en la pantalla táctil, he conseguido clonar el terminal de mi novia siempre que he querido -sobre todo al notarla extraña y esquiva. Así le regiro los archivos recibidos y enviados, le leo conversaciones de whatsapp e incluso le "gestiono" el correo. Me satisface que no se dé cuenta del control y cada vez soy más asiduo a hace

    Dejas el relato así, con la frase y la palabra a medias porque parece la historia típica de la pérdida de inspiración. Y lo escrito tampoco te satisface porque no tienes suficiente neurona para pensar un relato que dé un poco de miedo, y menos si haces imaginar una carcasa con ese color. Te levantas de la silla y no apagas el ordenador; saldrás a dar una vuelta y aprovecharás que ya es negra noche. Quizás así se te airee el cerebro y se pueda aprovechar alguna idea, si tienes la suerte que te aparezca alguna por impulso espontáneo. De tan espeso que te encuentras ni el café te despertaría de este letargo extraño de sentirte observado e inútil a la vez. Te vistes mientras piensas en la carcasa, que arrojarías contra el suelo o la tirarías por el balcón. Te ha interrumpido el hilo del exiguo argumento que habías hilvanado...

    A veces, sólo te falta un elemento ajeno a la historia para no saberlo meter en ella y te bloqueas. Sales de casa con la niebla de esta obsesión y, mientras esperas el ascensor para ir hacia el parking, escuchas un ruido de pasos que te asusta. Antes de que el ascensor llegue al rellano y se abran las puertas, las sientes cercanas, mucho, demasiado. Y no eres de espantarte fácilmente pero pulsas varias veces el botón con nerviosismo e insistencia para que la orden de bajada se acelere. No te hace gracia encontrarte a un psicópata o, peor aún, a un espectro errante que no encuentra su descanso eterno. Ahora, que es el tiempo de las castañas y los boniatos, pero la gente se empeña en colocar tanto disfraz macabro y calabazas por todas partes, los difuntos deben ir de cabeza en el tanatorio y en el cementerio. Pero todo puede ser fruto de las horas pasadas con la nariz metida dentro de la pantalla del ordenador.

    Por si acaso, tienes preparado el llavero del coche para pulsar el botón de la apertura centralizada y así la escapatoria será inmediata, de correr peligro real. Cuando te diriges hacia tu coche, sin encender luces para no ser localizable, las sospechas se esclarecen. Una figura hace acto de presencia en la otra punta del aparcamiento. La distancia es enorme para haberla recorrida en tan poco tiempo, de forma "normal". Y no tienes tiempo de terminar el razonamiento que, con una agilidad sobrehumana y con una rapidez inaudita, se acerca hasta donde te has parado, paralizado por el pánico. Sólo falta una música siniestra en medio de este panorama tan pavoroso y de argumento de película de terror, de aquellas que te tragabas cuando eras un crío y que ahora ya no te atraen.

    Quieres correr pero no sabes hacia dónde. Sueltas el brazo y el puño choca contra una masa cartilaginosa, que cruje bajo los harapos que lleva. No hay quejas ni gemidos de dolor, sólo tu reacción de asco al sentir aquella textura en la mano, fría, viscosa... Te mueves hacia el coche, aprovechando que se ha doblado al extraer tu brazo de entre aquel espécimen. Medio brazo te ha quedado mugriento, pero no te atreves a mirarlo, ni te fijas si te sigue. El volumen que ves por el rabillo del ojo no hace ningún movimiento más. Tampoco quieres averiguar qué es ni qué rostro, si lo hay, se esconde bajo la capucha que le cubría el lugar donde habría una cabeza. Corres como un poseso hasta el coche. Pulsas el botón que libera las puertas del vehículo y te introduces en él sin pensártelo dos veces.

    Enciendes el motor y pulsas el acelerador mientras se abre la puerta metálica del parking. En la fuga, arrollas aquel cuerpo descompuesto y te parece escuchar un crujido de huesos desagradable. Respiras al encontrarte en el exterior. El novilunio hace más oscura la noche, pero los faros iluminan el camino hacia la comisaría más cercana. El panel de control te anuncia, con una luminiscencia roja, que no te has puesto el cinturón pero no pensabas en la seguridad. También te fijas que uno de los tres indicadores luminosos que corresponden a los asientos de los pasajeros se acaba de apagar.

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